Di con el virus.

Desbastado por lo ahora llamado: situación país, decido abrir el espejo de la librería. Ese centro comercial siempre me pareció extraño, no tanto por la librería que emana magia y me atrapó por sus tantos espejos, sino que es aquella parte del rompe-cabeza fuera de lugar.

Como dije: me ganó la desgana y abrí el espejo. Ya dentro de él pude continuar con mi búsqueda. He ido a esos lugares que son épocas donde todo el mundo ahora dice; fue mejor. La verdad, es que es así, entré a varios supermercados y estaban llenos de productos. Hice lo mismo en diferentes ámbitos, con ferreterías, talleres, farmacias, bodegones y panaderías. Todo en perfecto orden y rebosante. Las librerías llenas de libros de Borges, de Cortázar, de Sábato, Andrés Eloy Blanco, Miguel Otero y sus poemas y su casa muerta siendo un boom. Fiodor apenas pensando en Los Hermanos Kamarazov, y un Neruda sin el nobel, definitivamente: otra época.

Las carreteras asfaltadas, los transportes completamente habilitados y en buen estado. Hasta vías de trenes funcionando. Todo en perfectas condiciones, los recoge basuras siempre en alerta para que la capital no se ensucie.

A pesar de todas éstas maravillas dichas, pese a ver los hospitales recién hechos y funcionando a todo babor, me sentía igual, nada había cambiado en mí, la decepción, la desgana, la tristeza calando por los huesos, el veneno en la cabeza seguía. No entendía el porqué si tenía todo de vuelta (en cierto modo). Entonces me detuve en la acera por cual caminaba sin preocupación de las motos que transitaban y me di cuenta que el virus estaba en toda la gente.

Insultos, quejas, malas acciones, el querer hacer lo que quiera y la adoración por las utopías, todo eso rodeaba el aire, todo eso estaba en boca en boca. Hasta los problemas con la educación, hasta las risas por aquellos que reclaman por la siembra del petróleo, está la envidia y los criterios mal formados por pertenecer a un color. Muchas cosas, demasiadas, que se encuentran hoy en día afuera de la librería. Ese virus. Esa cosa que ni siquiera dejó pensar en un mañana mejor.

Abrí otro espejo, me fui también en una vaca sagrada.

El virus está en toda la gente y no se ha detenido. Cierro el espejo, cierro los espejos. No quiero saber más de la historia mal contada, no quiero ver cómo le han puesto colores a cosas del pueblo que el pueblo dejó, no quiero las prédicas sobre lo que se vive hoy, no quiero ver cómo hablan de nacionalismo (que parece otra enfermedad) y tampoco cómo hacen de él otro concepto, no quiero ver cómo se olvidan los conceptos morales y éticos poco a poco, ni tampoco ver cómo muere una patria, un país rico, al que le tocó algunas mentes pobres. Ya no quiero saber de Bolivar que tampoco cayó bien, ni tampoco de cómo se convirtió en fantasma Miranda, y otros, y muchos. No, no y no, y que me disculpe también Renny porque no visitaré más su show.

Cierro todos los espejos y experto en el deporte de las huidas, me voy por la izquierda y me vacuno contra el virus.




El virus está en la gente.




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