El Pozo.

Las palabras se convirtieron en una soga que buscaba mi muerte. No era un suicidio, era un asesinato. Todo comenzó en aquel viejo café donde me sentaba a tomarme un café caribeño acompañado de un cigarrillo. Era un ritual ya, nada distinto a los que oran todas las noches de rodillas, yo, simplemente esclarecía mis dudas con un café y un cigarrillo, seguido de eso me iba a caminar por las calles sucias iluminadas por el sol que a veces palidecía, no sabría decir qué desgracia es la que se siente, sólo basta con saber que es un asco transitar estos sitios que poco color tienen. Me intrigaba mucho la niña que siempre merodeaba por las zonas del pozo, es un sitio que tiene aires de desierto, lo único rodeado por pasto verde, es el pozo. La niña ronda los 14 años, su cabello es claro; diría que blanco, su piel es pálida, muy pálida, pareciera que le llenara el hecho de caminar alrededor del pozo y después de caminar un rato, se quedaba viendo fijamente la oscuridad de sus adentros, para ese entonces no sabía que había allí, hoy me arrepiento de saberlo y también del hecho de querer ayudar a aquella chica con piel muerta.
Una noche, agitado por mis dudas salí y me dirigí al pozo, no sé por qué mi alma me imploraba aquello, era extraño, toda sensación era extraña. Llegué al lugar y para mi sorpresa estaba ella, se veía tranquila, estaba inmóvil, su piel era hecha por la luna, lo descubrí esa noche al comparar la luz con su piel. Obvio que me dio temor, ¿qué hacía una niña a esa hora allí? En ese desierto con poco pasto, haciendo lo mismo de siempre; mirando al pozo.
Temía pero tal vez ésta duda era la que me atormentaba. Me acerqué y le toqué el hombro:
¿niña, qué haces aquí?
Ella sonrió y me abrazó; su piel era fría al igual que su mirada oscura, no mires nunca al pozo, sálvame y sálvate. La muerte venía con esas palabras, eran abismales y putrefactas. Quedé congelado y el tiempo seguía andando, pero yo no, yo sólo podía abrazarla a ella. Claro está, hice caso y no miré, me marché y la dejé ahí, sabía o sospechaba que ella no se iría por más que yo se lo pidiera. Esa noche fue carcomida por las dudas, yo era cualquier existencialista, quería hablar por los menos con Sartre, con alguien, tal vez con Dios. Ya mi mente no podía cargar con tantas dudas. No salí de mi casa por varios días. El café y los cigarrillos para la casa, no quería pasear por los lados del pozo, pensaba en la niña, pensaba en mí. ¿Qué me hace falta? ¿Por qué ella está ahí? Y en mi cabeza retumbaba: no mires nunca al pozo, sálvame y sálvate. Me castigaba, me sentía culpable por dejarle ahí, yo era más, yo podía hacer más, tal vez la compañía de ella era lo que me faltaba, se ve tan dócil y solitaria, me recuerda a mí. Puede ser que tenga padres, no lo sé, aunque no creo, porque una niña normal con padres en su casa debe estar antes de la siete.
La cosa es que me quitaba el sueño, y después de una semana sin poder dormir bien, fui de nuevo en la noche al pozo.
Llegué y ella estaba allí, pero más cerca de lo normal, presentí que ya se le había agotado la paciencia y quería bajar a buscar aquello que miraba. Acerté y antes de que pudiera detenerla, se lanzó.
Tenía mil y un dudas, no sabía qué hacer, se me había tatuado sus palabras: no mires nunca al pozo, sálvame y sálvate. Ella quería que la salvará, fallé. 
Sin nada que perder, fui al pozo, no miré, pero me lancé. 
Las palabras se convirtieron en una soga que buscaba mi muerte. No era un suicidio, era un asesinato.
Estoy aquí con ella, en un pozo sin fin, como trampa para comadrejas. La luna siempre brilla acá, y las confundo.
Las palabras se convirtieron en una soga que buscaba mi muerte. No era un suicidio, era un asesinato.
No pude salvarla, ni pude salvarme. Creo que esto era un juego de algún Dios que vive lejos, tal vez vive en aquella estrella que miraba de pequeño, esa misma que sentía que me escuchaba, y no plegarias, sino mis deseos fúnebres.
Las palabras se convirtieron en una soga que buscaba mi muerte. No era un suicidio, era un asesinato. 
En el pozo
Lo que había dentro del pozo;
Era el otro que robó mi vida. Allí comprendí lo que la niña pálida buscaba todos los días; no era una salvación, era volver a nacer. Yo fui el elegido.



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