Era mi oscuridad.
En la inmensa oscuridad, que puede ser la mente de una
persona, me perdí. Empecé a ver allí, como si fuese un turista, los problemas
de la vida. No necesité un pasaporte. Los bares, los museos, los sitios donde
hay que ir, todos eran gratis. Los ríos y el mar, del maravilloso sitio donde
me encontraba, estaban hechos de la miel más deliciosa del mundo; miel de
lágrimas.
Me dispuse a deshojar la vida. En aquella inmensa
oscuridad, sólo tenía una opción: conocer.
Comencé por los bares, son mis sitios favoritos, y sin
duda alguna sé que estos sitios tienen cierta misticidad. En ellos hay magias,
en ellos hay libros, en ellos se cruzan universos paralelos y no tan paralelos.
Las personas que me encontraba en cada uno de estos
sitios, estaban felizmente tristes. Cada uno con sus desgracias, congeniaban.
Todos salían ganando, eran tragos tras tragos, servicios inmensos de comida
para que al final, cada uno fuera a tener sexo con la persona maravillosa que
coincidía con su desgracia. Cuando ví esto, me sentí apenado, y fue por mí… Fui
el único que no encontró un espacio.
Después de merodear por algunos bares, me dispuse por
ir a los museos. En ellos, estaban los malos momentos encuadrados, o eran
estatuas, o mapas, páginas de códigos. La gente se exaltaba, se emocionaba a
tales puntos de soltar lágrimas. Se preguntaban cómo alguien podía conectar tanto. Detallé que
muchos también salían allí en parejas.
Me percaté que tenía todo gratis, pero era un
fantasma. Sólo era un turista, sólo podía observar. Lo bueno de esto, es que
tenía la coartada, el argumento, la excusa perfecta para justificar mi soledad,
para contestar el porqué no salía de aquellos sitios con alguien en mis manos.
Caminando, me encontré un lugar llamado: los sueños
rotos. Entré porque ese cartel prometía muchísimo. Descubrí que era un cine, de
esos que tienen servicio adentro como un restaurante. Allí, lloré, porque yo
mismo me sentía identificado con el rodaje. Eran horas y horas de película. Me
sentía bien, al ver las desgracias de los demás, me hacían sentir cómodo, y las
personas del cine estaban igual, y extrañamente en un punto, también se iban,
salían en pareja. Entonces me percaté, que estaba avanzando linealmente (lo
detallé al salir del cine) y que a mis espaldas, todo quedaba vació, y lo único
que podía hacer, era seguir hacia adelante.
Eso hice. Caminé. Y vi cómo todo tipo de personas
desaparecía, porque comprendían que las cosas pasaban. Ese era mi analisis.
Pero no comprendía la situación. Yo estaba en un trago
de whisky, y llegué a la ciudad más oscura del mundo.
Entonces decidí dejar llevarme por la marea.
Seguí entre comidas, tragos, viendo el bajo mundo,
viendo drogas, viendo gente enferma. Seguí…
Hasta que llegué a una puerta.
Todo atrás había desaparecido.
Era lo normal.
Abrí la puerta y desperté. Y mirándome las manos, como
si hubiese estado congelado por años: vi que la esperanza para mí era que
espero un final feliz para el mundo, y que la realidad de los problemas, es que
a veces traen cosas buenas.

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