Luz

 Domingo por la tarde:

LUZ.

Antes de dormir Allan siempre observa el bombillo de su habitación azul. Él insiste en que brilla estando apagada, que sale una luz verde de aquel vidrio, que titila, que lo acompaña en las noches. 

En las mañanas sólo piensa en aquella luz del bombillo apagado, ya está llegando a cierto punto de obsesión, es de lo único que habla, de esa luz verde que lo acompaña por las noches, insiste que lo quiere, que viene por él. Cada noche se queda despierto un buen rato en la oscuridad, en la espera de la luz, dice que la ha visto cuando voltea, que ella sólo aparece en momentos de distracción. Está empeñado en tener un registro más concreto de aquello, mientras todo el mundo le dice que es su imaginación, que las luces simplemente están apagadas y no hay nada más allá de eso. 

A Allan no le importa mucho las opiniones, siempre ha insistido en las cosas que él cree ciertas, como aquella vieja pared de madera que tenía varios huecos y por uno de ellos había una luz que traspasaba como un láser, Allan desde que vio a través de allí empezó a decir que había un mundo paralelo. Describió un patio con unos tonos sepia, era como ver un sitio con fondo sepia, que era otro tiempo y que el piso era rojo, que hacía mucho calor y las rejas blancas que se veían denotaban soledad. Nadie nunca le creyó, pero a él no le importó, cada vez que va a esa casa de madera mira a través de esa pared para volver a esos años sepia y ver si algún día una persona saldrá de esas rejas blancas y lo saludará.

Caía de nuevo la noche y Allan seguía observando el bombillo acostado, siempre con mucha atención, quedaba paralizado como si la espera por la luz lo consumiera. 

Un día, decidió ver el bombillo de cerca, se paró en la cama y con sus ojos firmes y ya de demente miraba el bombillo, lo agarraba y le hablaba como si tuviera vida, ya había una especie de odio hacia él. 

¿Por qué no quieres mostrarte? 

Las noches empezaron a ser distintas, ya estaba claro que sí era una obsesión. No quería salir de su habitación, nadie podía convencerlo de dejar aquella habitación. Dejó de bañarse, dejó de asearse. Las cosas se pusieron más serias cuando dejó de comer.

No dejaba que encendieran la luz, no, él quería la luz verde de aquel bombillo. Su cuarto siempre permanecía a oscuras, y él, él en espera. 


Allan, sin saberlo, estaba siendo consumido, su alma poco a poco se estaba yendo de él, claro, consciente de esto no estaba, pero cada noche Allan estaba desapareciendo. No era un demonio, ni un monstruo, ni mucho menos un fantasma, era la luz, esa misma luz verde que él espera y nunca salía, le estaba robando el alma y Allan cada vez más flaco, más blanco, palidecía y sin necesidad de maquillaje podría ser un zombi de peli de bajo presupuesto. Sus ojos, esas dos metras que miraban el bombillo pasaron a ser agujeros negros. 

La obsesión no le quitó su capacidad de pensar, y una noche consumido, débil por su angustia, decidió quitar el bombillo y ver qué anomalía había en él. 

La respuesta siempre estuvo clara. Aunque el rostro de Allan palideció más, y aunque su cuerpo empezó a temblar sin cesar, la respuesta siempre estuvo clara. Por eso los agujeros negros, por eso la obsesión, por eso la extraña sensación de la luz y el bombillo. 


Era una broma de la nada y en el bombillo, estaba él. 


Allan cayó desmayado. 


Como si todo hubiese pasado en un abrir y cerrar de ojos, con la sensación de que el tiempo estaba un poco alterado, Allan despertó viendo todo con un filtro sepia, y a través de la ventana ve las rejas blancas. 






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